POSTCAPITALISMO


Por Dr. Federico Pinedo

  

Por empezar, me pareció un gran libro. Es un aporte disruptivo y diferente a las reflexiones que hay sobre nuestro estilo de vida.

 

Marx[1] murió en 1883, año en que nacieron Keynes[2] en Londres y Schumpeter[3] en Viena. Marx inventó la palabra capitalismo, describiendo con brillo el capitalismo de la época de Rosas e inventó un futuro de estabilidad idílica, el mundo comunista sin propiedad y por lo tanto sin clases, en el que todos tomarían de acuerdo con su necesidad y aportarían de acuerdo con su capacidad, por una especie de transformación de la naturaleza humana. Casi nada de lo que él pensó que iba a pasar pasó; más bien sucedió todo lo contrario. Sin embargo hoy sigue habiendo marxistas que aún hoy analizan el siglo XXI con el mismo instrumento con el que trabajó Marx. Cosas pasaron y han cambiado las perspectivas.

 

Pero así como está esa posición, es increíble que a partir de lo escrito por Francis Fukuyama se considere que llegó el “fin de la Historia” porque se supone que el capitalismo y la democracia liberal han triunfado.

 

Ambos son errores de concepción de lo que es el ser humano mismo. A partir de esos errores, cualquier desarrollo que hagamos no será coherente con la historial real que aparecerá. La Historia no termina, los seres humanos seguimos siendo diferentes y originales con nuestros sentimientos, nuestras acciones, nuestros pensamientos. Pensar que uno puede llegar a una situación de calma, felicidad y paz sin perturbaciones es muy utópico.

 

Por su parte, a comienzos del siglo XX, Keynes construyó la economía social y el compromiso social del Estado, las búsquedas de dar igualdad de oportunidades, pensando en las maneras más inteligentes de intervención por el Estado; sus grandes preocupaciones eran éticas y sociales.

 

En paralelo Schumpeter, una cabeza deslumbrante, con su libro “Capitalismo, socialismo y democracia” puso en valor el rol del emprendedor y el sector privado en la creación de riqueza. También descubrió la destrucción creativa que es la dinámica del capitalismo – la competencia, el fracaso de algunos, el éxito de otros: se produce un proceso de crecimiento.

 

Dos líneas que no tenían nada que ver con el determinismo materialista-marxista. Crean bases fuertes para el desarrollo de una corriente socialdemócrata y una corriente capitalista del siglo XX.

 

Los autores bajan a la Argentina y nos recuerdan un momento interesante de la Historia nuestra.  En la década del 60 aparecieron el estructuralismo (una suerte de determinismo) y el desarrollismo (una visión lineal de la cadena de valor: primario-industria básica-industria de consumo).

 

El desarrollismo fue una de las últimas veces en que un político se puso a pensar. Prebisch[4] había desarrollado el estructuralismo, que llegó a pensar que era mejor producir un tornillo que producir alimentos.

 

Estos desarrollos se dieron en un momento crítico del siglo XX en el que quedaba claro que el capitalismo no alcanzaba como sistema de convivencia social con la mirada en el siglo XXI.

 

El dilema usual es que hay que elegir entre solidaridad o competencia. Es un dilema incorrecto, porque se puede decir que la competencia es un mecanismo por el que el grande aplasta al chico (y grande es malo, mientras que chico es bueno). Pero cuando hay competencia, ésta es un mecanismo de autosuperación, es un mecanismo de cooperación entre actores económicos y es un freno moral a los abusos de mercado.

 

La visión contemporánea de la actividad privada que aportan los autores, impactada por la revolución de las TICs, es la red de valor. El foco está puesto en los nodos de esa red, que genera un valor compartido por los partícipes en la red y por la sociedad. La organización social y económica está cambiando fundamentalmente.

 

En cuanto al dilema solidaridad o competencia, es interesante la visión de Santo Tomás según la cual la felicidad consiste en dar cosas a los demás. Y también la de Juan Pablo II, que en el Luna Park le transmitió a los empresarios[5] lo valioso de su aporte por la iniciativa de asumir riesgos y por la satisfacción de necesidades de la sociedad. La competencia no es mala porque no siempre se tiene el objetivo de destruir al otro competidor; muchas veces sólo se quiere ser mejor y así mejorar la forma en que se satisfacen las necesidades de los demás. En cambio, restan valor a la sociedad los intereses creados disfrazados de solidaridad, que se llevan el valor que quitan al conjunto.

 

Se trata de un falso dilema. Popper[6] decía que sobre definiciones no se discute. La competencia no se limita a destruir al otro. Distorsiones de la competencia incluyen la corrupción que alteran la naturaleza de los negocios. La competencia actúa como mecanismo de control de la colusión entre funcionarios y empresarios – ese es su aporte moral a la economía.

 

Es muy importante la visión central de este libro, según la cual lo relevante de las buenas políticas públicas es que se basen en aquello que agrega valor a la sociedad. Raramente se ha escuchado este punto de vista en los debates públicos.

 

La visión post capitalista que proponen los autores es la de comprender y promover las instituciones colaborativas y en red, que debería ser la esencia de un capitalismo contemporáneo y evolucionado con los cambios en la propia sociedad. Es una faceta en la que puede haber cooperación entre quienes están en la red que generen valor para todos los participantes, para el cliente y para la sociedad en su conjunto. Se agregan elementos de solidaridad y cooperación en la red, para confiar en cada uno de sus miembros, con reglas que todos cumplen. Esto agrega valor a todos…

 

Para morigerar los abusos de mercado los autores aportan una mirada desde los valores cristianos y humanistas, en favor de todo lo que de transparencia a los mercados; y también la obligación de dar información veraz al consumidor, pues de esa manera se verifica el cumplimiento del principio moral de satisfacer las necesidades ajenas por parte de las empresas.

 

Del mismo modo se pueden poner reglas de autorregulación de las empresas, como las de hacer públicos los valores, los objetivos estratégicos, la visión y sobre todo el propósito que tienen de su función en el mercado y la sociedad, para poder comparar contra ellos la coherencia de sus acciones[7].

 

El sistema capitalista del futuro se justificará porque tendrá la generación de valor para sus miembros y para la sociedad en su conjunto como el gran objetivo de la economía.

 

 

[1] Karl Marx, pensador alemán.

[2] John Maynard Keynes, luego Lord Keynes, economista británico.

[3] Joseph Schumpeter, economista austríaco.

[4] Raúl Prebisch, economista argentino, que formó parte del equipo del abuelo de Federico Pinedo.

[5] Reunidos por ACDE para su segunda visita a Argentina en 1988.

[6] Karl Popper, filósofo austríaco con fuerte influencia en la epistemología moderna y autor de “La sociedad abierta”.

[7] Esto es coherente con la Ley de Responsabilidad Empresaria sancionada bajo la presidencia del Ing. Mauricio Macri.