EL DILEMA DEL STOCK Y EL FLUJO DE DINERO. (YA SE COMIERON LOS HUEVOS, VAN POR LA GALLINA)


Por Ignacio Garciarena (*)

 

 

La riqueza de una persona, de una empresa, o de una sociedad no está definida por el dinero que tiene, por el stock o existencias, sino por las ganancias que está dispuesta a generar, es decir el flujo. Diferenciar las variables de stock de las variables de flujo nos permitirá entender que alguien con un buen patrimonio, que no disponga de ingresos, tarde o temprano dejará de ser rico. Para poder vivir, una persona, empresa o estado necesitan al menos una entrada de dinero, ya que los egresos son inherentes a nuestra existencia, una realidad que no podemos soslayar. Aunque seamos muy austeros, tacaños o ahorrativos, necesariamente generamos una erogación permanente. Por el solo hecho de existir hay egresos que tenemos que afrontar; así sucedió siempre. Pase lo que pase tendremos que comer, vestirnos, movernos, demandando también energía, comunicación, etc. El egreso está asegurado, es algo que no podemos detener. ¿Cómo compensamos esta variable de flujo?, necesariamente con ingresos (otra variable de flujo). Nuestros ahorros (variable de stock) pueden ser abultados, pero si no hay ingresos que compense nuestros egresos, ese stock tarde o temprano se agotará. Por lo tanto una persona, una empresa, un país son ricos si cuentan con mayores o menores ingresos, por lo que la riqueza acumulada puede ayudar, pero no es lo fundamental, al menos a largo plazo. Pensemos en nosotros mismos, si no nos aseguramos un ingreso, tarde o temprano nos consumiríamos nuestros propios ahorros (stock), convirtiéndonos en actores vulnerables. Nuestra subsistencia económica tendría los días contados o tal vez, pasaríamos a depender de alguien más.

 

Ahora bien, para generar riqueza necesitamos de los llamados factores de producción: tierra (también bienes de uso), trabajo y capital (me gusta agregar además el conocimiento). Un simple repartidor de pizzas utiliza factores de producción como recursos para generar riqueza: con su moto (bien de uso), su propio trabajo (esfuerzo, know how, tiempo), y su capital (nafta y aceite para la moto) lleva adelante su negocio. De esta manera funciona la economía, alguien aporta las herramientas, el campo, las máquinas, el camión… otros ponen el trabajo (los operarios, los gerentes, los directores de la empresa), y otros ponen el capital (financista, capitalista) para comprar insumos, para pagar los sueldos. Una curiosidad: algunos actores, la mayoría de los empresarios, aportan más de uno de estos recursos para generar riqueza, invirtiendo su capital, su propio trabajo y las máquinas o bienes, que junto al trabajo de otros (operarios) y de ellos mismos, logran agregarle valor a esos insumos para lograr el bien o servicio a vender.

 

Analicemos brevemente qué papel juega el Estado en todo esto. El Estado cumple funciones indelegables, que los privados no podrían cumplir per se: no debe proveer de seguridad (interior y exterior), de servicios públicos, infraestructura, salud y educación pública, que asegure la igualdad de oportunidades de sus habitantes. Para financiar todas estas acciones el Estado cobra impuestos. El aporte de los contribuyentes ayuda a mantener la operatividad de ese Estado que cumple funciones tan elementales como necesarias. El sector privado logrará cumplir con dicha imposición (pagar impuestos) siempre que la presión fiscal no supere cierto límite; que no ponga en riesgo su negocio, su empleo o emprendimiento. Si la carga fiscal supera ese difuso e invisible límite, el contribuyente intentará amoldarse a esa situación adversa evadiendo o bien disminuyendo su actividad, o directamente saliendo del ruedo. Esta reacción propia del ser económico queda en evidencia con la curva de Laffer, la cual representa la relación entre los ingresos fiscales y la presión impositiva.  A medida que esta aumenta la recaudación también aumenta, hasta un punto de inflexión, donde los ingresos fiscales comienzan a bajar como consecuencia de una “saturación” del sistema. Este fino límite deberá ser considerado especialmente por los decisores políticos, evitando así afectar la productividad y maximizando la utilización del dinero recaudado sin poner en riesgo la economía de los privados. Como de este sector depende el Estado para financiar sus acciones, poco inteligente parece ser aumentar la presión impositiva más allá de estos límites descriptos. Sin embargo este es un error muy común en gobiernos populistas que prefieren sobre exigir al sector productivo, que poner un freno a sus propios egresos fiscales.

 

Volvamos a la diferenciación de stock y flujo de dinero. El populismo, y más dramáticamente el comunismo, confunden estos términos cuando esgrimen el principio de la redistribución de la riqueza, asumiendo que la riqueza es un bien estático, y que con solo distribuir el capital a quienes menos tienen, solucionarían el problema de la pobreza. Lo errático de este sofisma radica en que como vimos más arriba, la riqueza no es un stock, ya que al repartir las existencia, más temprano que tarde habremos logrado empobrecer a todos los miembros de la sociedad, ya que quien recibe las dádivas del Estado es por naturaleza un sujeto económico que también cuenta con erogaciones propias, por lo que recibir una parte del capital del sujeto más rico no soluciona sus problemas a largo plazo. Sus males sí podrán ser erradicados definitivamente cuando este individuo resuelva el problema de sus ingresos, es decir de su flujo; que estos pasen a ser constantes. Por lo tanto lo que la sociedad debe hacer es asegurar que este individuo ostente al menos uno de los factores de producción para ser autosuficiente, y genere su propio flujo, como por ejemplo un oficio. En esto radica la importancia de invertir en educación y capacitación, para que todos los ciudadanos tengamos la posibilidad de aportar al menos uno de los factores de producción que se necesitan para generar riqueza.

 

Una solución planteada por los enamorados del Estado es que éste cree o confisque empresas pasando a producir y ofrecer al mercado bienes y servicios, de esta manera lo ingresos fiscales pueden venir de otra fuente que no sea la recaudación tributaria. Además estas iniciativas suelen estar vestidas con ropajes idílicos, como el autoabastecimiento, la soberanía o la defensa de los pobres. Son muchos los ejemplos que abonan la idea de que el Estado es ineficiente produciendo bienes y servicios… “Cómo pretenden que el Estado pueda manejar una empresa exportadora si ni siquiera puede cortar el pasto de la ruta 11”. (Dionisio Scarpín, Intendente de Avellaneda, Santa Fé, durante el debate por la expropiación de Vicentín en 2020). Otra forma de que el Estado se financie es a través del financiamiento. Este recurso es válido si estos recursos se utilizaran para financiar inversiones, pero claramente no sirve si se utilizan para financiar el gasto. Es un tema para tratar con mayor profundidad, pero esta última situación es como la frazada corta que encoje en cada lavado… El gasto del Estado debe financiarse con impuestos, y estos no pueden poner en riesgo la salud productivista del privado. La única solución del equilibrio fiscal resulta ser pues la disminución de los egresos del Estado, y los llamados egresos sociales representan una gran proporción de ellos.

 

Está visto pues que la sola redistribución de la riqueza a través de planes sociales o subsidios (distribución de riqueza) no soluciona los problemas a largo plazo. Cuando una sociedad ya se comió los huevos, se relamea cuando mira la gallina, y eso es peligroso. Esto sucede cuando el sector productor, asfixiado por la presión fiscal, reacciona bajando su productividad (efecto descripto por Laffer) amoldándose a un contexto adverso. Una sociedad sana en todo caso, debería alimentar a esa gallina, para que ésta pueda producir más huevos, y que estos alcancen para todos; incluso algunos de ellos deberían ser incubados a fin de obtener más gallinas ponedoras y así entrar en un círculo virtuoso de generación de riqueza.

 

Argentina tiene recursos, muchos recursos, pero no es rica, es pobre. ¿Por qué semejante dislate?, porque las reglas no están claras, porque confundimos variables de stock con variables de flujo, porque no entendemos que debe haber ambiente afables para los negocios, donde los factores de producción puedan unirse y generar riqueza. Porque la presión impositiva generada por el déficit fiscal, en gran medida consecuencia de crónicos y altos egresos sociales, no ayuda a crear un ámbito de negocio ni de confianza en donde los privados se animen a poner tierra, trabajo, conocimiento y capital a fin de generar más bienes y servicios que generen riqueza para todos.

 

En conclusión la mentalidad pobrista de repartir las existencias nos ciega, y no nos deja entender que lo que nos hace ricos o pobres es el flujo, y no el stock.

 

(*) Miembro de la Fundación ANDES y ex Director Nacional de Agricultura (2015-2019)