AGRO VS. INDUSTRIA O AGRO ES INDUSTRIA


Por Ignacio Garciarena

Vieja polarización

Nos han querido separar como buscando cumplir con el adagio “divide y reinarás”. No sé quién fue el que imaginó esa estrategia, pero fue exitoso. Logró imponer la lógica binaria, y que la sociedad opte entre polos opuestos: campo o industria.

Y en el inconsciente colectivo esta idea arraigó “INDUSTRIA vs AGRO”. Si incluso muchos de los que integramos el universo campo equivocadamente también compramos esa dicotomía y repetimos hasta el cansancio, “si el campo es el sector de la economía que genera las mayores divisas de exportación y es a quien carga con el mayor peso fiscal como los derechos de exportación, es quien puebla el territorio de manera más uniformemente, es el sector que más aporta al fisco, etc. ”.

Y ampliando la grieta invocamos: “En cambio la industria siempre fueron los mimados, los prebendarios que a fuerza de loby lograron exenciones, múltiples beneficios fiscales y proteccionismo aduanero”. “¿Cómo no “envidiarlos”, si mientras nosotros pagamos para poder exportar, a ellos los protegen con aranceles de importación? Siempre los vimos como el hermano mimado de papá Estado.” Todas estas expresiones generan envidia en el hombre de campo, rayando el resentimiento… “Además a ellos los reciben y a nosotros nos ningunean. Los competitivos somos los del campo, los más competitivos del mundo, y ellos crecieron y se desarrollaron a la sombra del proteccionismo estatal que no supo de bandería políticas al momento de ayudarlos”; “Escuchamos decir que la industria no puede cerrar porque deja mucha gente en la calle… ¿y un chacarero fundido no deja el tendal de desocupación en su pago acaso?”, nos preguntamos incrédulos. “Una sola empresa frutícola grande genera la mitad de los puestos de trabajo de Toyota Argentina. ¿Todos los empleados cuentan por igual si se quedan sin su empleo, no?”

Quejas aisladas, diseminadas por el vasto territorio, murmurando su orgullo y empujando el carro; más vale trabajar que discutir: así nos vemos los del campo.

Lobistas y organizados, pidiendo y negociando fríamente hasta lo más irrisorio: así los vimos siempre a los industriales. Mezcla de envidia por ver cómo se organizan y venden su imagen, y bronca por no saber cómo organizarnos y no saber cómo llegar con nuestra verdad a la sociedad.

En esto de comparar ambas actividades, hay algo que también nos llama la atención. Por un lado los del campo son buenos compartiendo nuestros conocimientos entre los productores; eso hizo además de que la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías de procesos y manejos sean más propio del particular que del Estado o de las Universidades. Sin embargo al momento de defender sus derechos y gestionar sus intereses, el campo no logró solucionar el individualismo que lo caracteriza. Incluso en lo comercial tampoco somos buenos trabajando juntos; la poca propensión al cooperativismo en Argentina queda en evidencia cuando la comparamos con otras latitudes. En cambio, la industria sí es buena accionando en conjunto, defendiendo sus intereses y logrando múltiples beneficios; sin embargo es una regla de oro el secreto industrial que los caracteriza.

 

Indagados por la sociedad

Y así venimos los del “campo”, lamiéndonos las heridas. No entendiendo por qué pareciera que la industria tenga que desarrollarse a expensas del campo. Porque además de esta falsa dicotomía, también nos sentimos permanentemente cuestionados por la sociedad. Porque nos enoja cuando la población urbana, lejos de “sentirse agradecida por todo lo que el campo les da”, nos hiere en nuestro orgullo, acusándonos de oligarcas terratenientes (una imagen anticuada, más acorde al siglo XIX, que no aplica en nada al agricultor que suele no ser dueño de la tierra que trabaja), de que somos muy pocos (250.800  explotaciones agropecuarias según el CNA18); de envenenadores seriales, cuando las intoxicaciones rurales son menos del 2% del total nacional; de entregadores de soberanía, porque exportamos mucho de lo que producimos; de especuladores, cuando cosechamos dos veces por año y guardamos el físico obtenido para que nuestro capital no se desgrane con la inflación y podamos afrontar los gastos anuales y las inversiones de la siguiente campaña. Nos ningunean diciendo que exportamos bienes primarios, cuando esa es una terminología usada por los organismos estadísticos, y una semilla contiene más tecnología que una computadora (investigación, genética, desarrollo); en un establecimiento rural se utilizan insumos y bienes de altísima tecnología (más que cualquier fábrica media). Con orgullo respondemos que para producir “materias primas” además de poner la semilla también hay que entender de hidráulica, biotecnología, edafología, climatología, química, mecánica, electricidad, botánica, fisiología animal y vegetal, nutrición, física, robótica, sistemas, comunicación, y un sinnúmero de conocimientos prácticos más.

 

¿Somos lo que nos creemos?

Los del campo creemos estar muy convencido de lo que somos, de lo que representamos, como si se hubiese encarnado en el Atlas que sostiene el mundo. El complejo de Atlas nos carcome. La realidad muestra que una buena parte de la opinión pública claramente no coincide con nuestra autopercepción; lejos está de ver al campo como un Todopoderoso.

 

“Si usted es un productor del agro, y además planta soja, a los ojos de la opinión pública resulta un actor social a quien recelar, relegar y condenar socialmente. El Estado lo beneficia, cobra en dólares y se los reparten entre pocos, paga pocos impuestos, contamina el suelo y a los habitantes de las poblaciones rurales, tampoco genera mucho trabajo ni de calidad. No se valora su esfuerzo, el riesgo ni el aporte productivo, impositivo o social. Usted se hace millonario a costa de los trabajadores y del medioambiente, y le devuelve muy poco a la sociedad. Aunque resulte injusto, usted se parecen más a un malvado barco ballenero japonés que a un amigable leñador canadiense, o a un heroico bombero de New York.” (Percepción de los argentinos sobre El Campo, Giacobbe y Asociados SA, octubre 2018)

 

Creemos que somos Atlas, sin embargo la sociedad nos ve como una niñita quejosa y siempre inconforme. Entonces, ¿qué somos en realidad: el Atlas o la niñita?, seguramente ninguna de las dos. ¿Será que la estrategia de la queja y de querer generar empatía dando lástima y pena, claramente no es la mejor?

 

Definamos para discernir

Para evitar malos entendidos, repasemos: ¿de qué hablamos cuando hablamos de campo? Se denomina “campo” en general a lo que sucede tranqueras adentro, con la acción de producir granos, vacunos, ovinos, aves, porcinos, leche, frutas, algodón, maní, olivos, legumbres, madera. En general estamos considerando solo los intereses y demandas del sector productivo, creyendo que nuestro microcosmos es el centro del universo. Al menos eso es lo que creemos representar, y tal vez está bien asociar el término campo con la producción primaria, pero claramente estamos viendo solo una parte de un todo más complejo.

En los últimos tiempos nos fuimos dando cuenta que el término “campo” no alcanza a definir lo que queremos incluir con él, fuimos advirtiendo que es mucho más que producción primaria. Porque no todo empieza y termina en el lote. O acaso no hubo un proveedor que nos suministró la semilla, o los plantines o los agroquímicos. O no hubo alguien que fabricó y nos vendió la maquinaria. O que otro proveedor nos presta el servicio de cosecha o de ambientación de lotes.

El productor agropecuario no es el inicio de todo. Hay algo que lo precede (insumos, servicios), por lo que sólo es un eslabón de algo más grande que trasciende las tranqueras. Y que además se prolonga aguas abajo. Una secuencia que hilvana con acopiadores de granos, consignatarios de hacienda, empacadoras de fruta, aserraderos, molinos harineros, fábricas de etanol, ingenios azucareros, frigoríficos, secadero de yerba, desmotadoras de algodón, plantas de procesamiento de legumbres, hilanderías, aceiteras, queserías, peladeros de pollo, fábrica de muebles, jugueras, extractoras de miel, curtiembres… Entonces empezamos a entender que la “industria” tampoco es lo que se nos representa, que no todas nacieron y crecieron a la sombra de beneficios proteccionistas. Existe un vasto universo de fábricas y procesadores tanto o más competitivos que la producción agropecuaria, que incluso logran exportar tecnología y conocimiento desarrollados junto al propio sector productor. Fuimos descubriendo el concepto de cadenas y comenzamos a hablar de Comunidad Agroindustrial.

 

Tiempo de autocrítica – Visión de Cadenas

La visión de cadenas es reveladora; posiciona a la producción agropecuaria, como un componente de algo mucho más fuerte de lo que creía ser. Forma parte de un equipo que no los encasilla, que los posiciona junto a otros actores tan importantes como ellos.

Resulta ser entonces que la industria y el campo no son compartimientos estancos, sino que por el contrario, se complementan y generan sinergia. El campo, tal como lo entendemos es un eslabón de algo más grande, y se interrelaciona con la industria aguas arriba (semilleros, industria farmacéutica, metalmecánica, agroquímica) y aguas abajo (molinos, frigoríficos, aceiteras, desmotadoras, hilanderías, empacadoras, etc.), una maraña de industrias que con el eslabón de producción a cielo abierto completan un todo complejo y maravilloso. Entonces, ¿tiene sentido seguir pensando al complejo agroindustrial de manera separada?                       

Si bien la industria argentina es muy variada y diversa, muchos rubros están directa o indirectamente relacionados a la producción agropecuaria, y no sólo hablamos de la industria de la alimentación, también lo están la industria textil, maderera, la industria de biocombustibles o la química.

Dejemos pues de vernos como los salvadores del mundo y reconozcamos el rol que nos toca cumplir dentro de este complejo engranaje que es la Agroindustria. ¿El campo, entendiéndolo como producción agrícola-ganadera, es importante en esta compleja organización?, sí, es fundamental. ¿Es el eslabón más importante?, no, no necesariamente. ¿Somos el punto de inicio?, no, para nada, siempre hay algo o alguien que nos precede. Entonces, ¿por qué nos sentimos tan importantes?

Es necesario entonces salirnos de una posición de víctima que poco nos ha aportado demoler los muros imaginarios cargados de ideología que separan campo e industria y debemos comenzar a construir puntos de encuentro, ya que ambos sectores comparten muchos intereses comunes.

 

Estrategia común.

Nuestro desafío es contribuir a hacer ver a la sociedad que el campo no es un superhéroe solitario que lucha contra los molinos de viento de la injusticia auto percibida, sino que solo somos un componente necesario en una serie de cadenas que junto a otros actores industriales y del sector de servicios, buscamos generar trabajo, divisas y progreso en cada rincón de la República donde nos toca vivir y ejercer esta “industria lícita”.

La Agroindustria deberá cambiar su manera de actuar, ya que claramente no está encontrando el mensaje correcto. La actual representación agropecuaria deberá mutar a una matriz de representación con visión de cadena, más abarcativa en lo territorial y en la diversidad productiva, que incluya a la industria proveedora, a la producción, al procesamiento, al comercio y a los servicios, logrando así una fuerza y sinergia jamás abordada en Argentina. Necesita organizar una estructura institucional que contemple la mirada de cadenas. No más industria vs agro, ya que son la misma cosa; son complementarios y se necesitan, son parte de un todo productivo y competitivo. Esta visión y la manera de organizase, generará una matriz de representación colaborativa nunca vista, que le permitirá a la Agroindustria argentina tener mayor poder de influencia al momento defender sus intereses, y al mismo tiempo comunicar el mensaje correcto, para así lograr la “licencia social” que tanto necesita. Para luego salir a conquistar aquellos mercados cada vez más exigentes y lograr posicionar una Marca País digna de nuestra historia y lograr ser Agroindustria, Orgullo Nacional.

 

Ignacio Garciarena, julio 2020