LA DEMOCRACIA, LA LIBERTAD Y LA REPÚBLICA


Por Alejandro Marchionna Faré (*)

 

La palabra libertad ha estado en la boca de muchos de nuestros conciudadanos en las últimas semanas. Sería una muestra de madurez que los argentinos entendiéramos finalmente que se debe defender la libertad para que la sociedad progrese y se generalice la prosperidad que genera la economía de mercado.

 

Hay que considerar que en una sociedad constituida por más de una persona, la libertad siempre será relativa. Siempre estará limitada. Porque vivir en una sociedad plural implica reconocer derechos a los demás miembros, más allá de los propios derechos de cada uno. Al saber que todos tenemos derechos, se tiene que entender que la libertad está limitada ya que cada uno de nosotros no tiene dominio absoluto sobre todo el territorio del país y no puede ejercer en un libre albedrío todos los derechos que se le pudieran ocurrir. No hace falta explicar mucho más esto: la libertad nunca puede ser absoluta viviendo en sociedad, y por lo tanto habrá que entender que hay otros conceptos que resultan más fundantes y fundamentales para la vida civilizada en sociedad.

 

El ejercicio de una libertad absoluta por un individuo o por un grupo que integra una sociedad, lleva a la violencia, a la prepotencia, al insulto, a la denigración, a la ausencia de deliberación en búsqueda de la verdad, a la imposición, y a la cancelación de algunos o muchos derechos para algunos o para muchos.

 

Este año se han cumplido 40 años de democracia ininterrumpida, entendida como la sucesión de un gobierno sobre la base de reglas constitucionales establecidas previamente y respetadas aún en las crisis. El ejercicio de la libertad por parte de todos los ciudadanos requiere el funcionamiento de un sistema democrático. Cuando no hay democracia, es inevitable que no todos los ciudadanos tendrán permitido el ejercicio de todos sus derechos y por lo tanto no podrán tampoco vivir la libertad restringida que ya hemos discutido es lo posible en una sociedad civilizada. Sea porque contradicen las ideas o principios de la mayoría, sea porque quien dirige el país establece condiciones que representan restricciones más que inaceptables para el ejercicio de los derechos o de la libertad – estas situaciones se dan en regímenes que no respetan los mecanismos de la democracia. Ejemplos contemporáneos incluyen Rusia, China, Vietnam del Norte, Nicaragua, Cuba. Probablemente haya ciertos países árabes que podrían ser incluidos en esta lista, que corresponde a sociedades que no están en favor de la democracia liberal tal como la entendemos en Occidente.

 

La enorme mayoría de los comentaristas y pensadores a los que he leído con motivo de este aniversario, se toman el trabajo de cualificar a la democracia argentina como imperfecta. La juzgan imperfecta porque si bien se respetan ciertas condiciones como la realización de elecciones libres, la libertad de expresión, la libertad de asociación – existe en el fondo de nuestra sociedad una serie de impulsos totalitarios que despertaron de su sueño de algunas décadas a mitad del siglo XX.

 

La tentación del movimiento hegemónico es recurrente. La identificación del adversario político con el enemigo de la Patria está a flor de piel en varios sectores. La voluntad de imponer las ideas o las condiciones preferentes de un partido buscan eternizarse más allá de cualquier alternancia. Las críticas de una prensa investigadora, cuestionadora y vigorosa son entendidas como un ataque a la democracia y al gobierno. El disenso en los partidos y coaliciones es visto como una debilidad intrínseca que lleva a pensar en la incapacidad del ejercicio del poder.

 

La fantasía típica de la producción literaria y la desmesura de tantas concepciones de la sociedad y de la historia argentina se contagian al ágora política. La madurez de las democracias se mide por la alternancia entre coaliciones con ideología diferente pero que apuntan invariablemente al centro del espectro político y a ciertos consensos sobre el proyecto de país y de sociedad,

 

La madurez de una sociedad se evidencia en el respeto de una serie de principios republicanos que deberían guiar la sana y constructiva convivencia de todos aquellos que estamos subidos al barco “La Argentina”, hombres y mujeres de buena voluntad que queremos habitar el suelo argentino.

 

Uno de esos principios es la existencia de una autoridad limitada y el ejercicio limitado de la autoridad, así como el respeto a los límites por parte de quien está ocasionalmente en una posición de poder, sea cual sea.

 

La división de poderes o de autoridad es otro principio republicano, más allá del formato de gobierno existente. La monarquía británica es muy probablemente más republicana que la república argentina, si se me permite hacer la observación comparada de ambos países a lo largo de las décadas.

 

La rendición de cuentas o accountability es otro principio republicano que implica que todas las personas con autoridad en algún momento u otro deberán rendir cuentas ante sus stakeholders (1) sobre las decisiones tomadas y los resultados de su gestión.

 

Y esto vuelve al concepto de ejercicio limitado de la autoridad. Porque nadie está exento de las reglas que rigen la convivencia democrática por más situación de excepción o catástrofe que se defina que vive el país. Si tengo que rendir cuentas, mi libertad de acción en la posición de poder estará limitada por los propósitos definidos, las reglas establecidas, las decisiones tomadas, los criterios aplicados y los resultados obtenidos.

 

Sin el orden democrático adecuado y sin la vida republicana que permite la plena vigencia de dicha democracia, resulta un grito vacío y destemplado reclamar por la libertad con el agregado de una palabra de énfasis al final. Los países se lastiman con las revoluciones y sólo cambian en forma duradera y definitiva con una gestión firme y con templanza.

 

(1) Grupos de interés.

 

(*) Es Presidente Fundación ANDES