EL ADN AUTOCRÁTICO DEL PERONISMO


Por Inés Gutiérrez Berisso

El año 2020 nos ha dejado de manifiesto una reedición de la autocracia peronista. Y digo reedición porque el peronismo tiene la autocracia en su ADN. Perón construyó su poder dentro del Ejército Argentino y lo afianzó mediante su omnipresencia en el gobierno de facto iniciado con la revolución del 4 de junio de 1943, en el que llegó a ser simultáneamente, Secretario de Trabajo, Ministro de Guerra y Vicepresidente. Así controlaba los sindicatos, las Fuerzas Armadas y el Ejecutivo. Cuando en las elecciones de 1946 logra la Presidencia, inicia un hostigamiento a la Corte Suprema hasta que logra tenerla bajo su control. Además lleva adelante una reforma de la Constitución cuyo objetivo primordial es habilitar la posibilidad de una reelección inmediata en 1952, sin tener que esperar el sabio intervalo establecido por la Constitución de 1853.  Años después,  Carlos Menem enfrenta nuevamente a la Corte Suprema y logra la famosa “mayoría automática”. Y reedita el viejo anhelo de perpetuarse en el poder mediante la reforma de 1994, que le permitió ejercer la Presidencia durante 10 años ininterrumpidos. Los Kirchner idearon un sistema de alternancia en el poder que,  de no mediar la muerte de Néstor Kirchner en 2010, les hubiera permitido 16 años de gobierno. Este deseo de poder eterno anima el actual proyecto de ungir a Máximo Kirchner como Presidente en 2023 y consagrar un verdadero oxímoron: una “democracia” hereditaria. La tan mentada democratización de la Justicia fue un intento de dominación de la misma. Hoy asistimos a un nuevo intento de convertir al Poder Judicial y la Corte Suprema en meros apéndices del Ejecutivo.  Queda claro entonces que para el peronismo la división de poderes es letra muerta: el poder es uno y no se comparte con nadie.

Como si esto fuera poco, otros elementos refuerzan la autocracia.

El peronismo sostiene la total identificación con su líder y no con determinadas ideas. Esto explica la labilidad del “movimiento” peronista, que puede albergar bajo el mismo espacio a montoneros y Triple A, estatizar o privatizar, abrirse al mundo occidental o encerrarse en el Foro de San Pablo, ser aliado de la Iglesia o quemar iglesias, defender la vida o implantar el aborto legal, usar a las Fuerzas Armadas para “aniquilar” la subversión o destruirlas. Lo que importa es la lealtad al líder del momento y al rumbo que este elija, ya que dicha lealtad provee los puestos, las prebendas, los privilegios, que son los premios para quienes ayudan a la conquista del poder.

Y por último, el medio utilizado para construir este ingente poder es bien claro: “conquistar a la gran masa del pueblo, combatiendo al capital”. Y agrego, combatiendo al capital ajeno para construir las fortunas del líder de turno y sus acólitos que embolsan –literalmente- dólares de la corrupción y de los sufridos contribuyentes y reparten las migajas entre los que “menos tienen”, para que, condenados a un estado de indefensión,  agradezcan con su voto las migajas que caen de los bolsos millonarios.

El otro problema del peronismo es que nunca hasta ahora ha hecho una autocrítica de su fundador y de sus sucesivos gobiernos. Está claro que si fuera tan bueno gobernando, el conurbano bonaerense-La Matanza particularmente-,  Formosa, Chaco, Santiago del Estero, por nombrar algunos distritos históricamente peronistas, deberían ser un oasis de desarrollo y no lo son.

A veces hay que atreverse a la verdad. Si no,  es imposible madurar. 

Enhorabuena entonces al surgimiento del peronismo “republicano” que para ser creíble, debería hacer una autocrítica seria. Si no, corre el riesgo de convertirse en el peronismo “renovador” de años atrás cuyos principales referentes, como Massa y Solá, son hoy figuras importantes del actual gobierno de ¿los? Fernández, que ha vuelto con más fuerza que nunca a exhibir su ADN autocrático.

 

Inés Gutiérrez Berisso

Miembro de la Fundación ANDES